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viernes, 4 de julio de 2014

Una nueva andadura... o la continuación de algo viejo

Supongo que, a estas alturas, muchos de vosotros ya habéis detectado mi afición por los temas de misterio. Por las redes sociales corren a raudales -con mayor o menor fortuna- las notas anunciando mi último libro, en co-autoría con el investigador -y amigo- de fenómenos paranormales Miguel Ángel Segura, "Testigos de lo insólito".
Ni qué decir tiene que ha sido, cuando menos, una experiencia curiosa y a la vez gratificante.
Desde que decidí dedicarme a esto de escribir, en el que ya empieza a quedar algo lejano año 2010, jamás había publicado un libro a cuatro manos. Curioso.
Desde que empecé a escribir, en el mismo año, jamás había escrito una sola línea -aparte e mis novelas- dedicada al misterio. Gratificante.
Pero todo esto no es gratuito, ni muchísimo menos.
No obedece a un capricho repentino o a una moda pasajera. Simplemente, uno ha necesitado su tiempo para dar ese primer paso.
Sí; ha sido el primer libro que publico sobre estas temáticas, supongo que para sorpresa de extraños, que no de propios pues, los que me conocen, saben que llevo interesándome por estos temas desde que tenía aproximadamente quince años. Es decir, que uno va a la zaga de estas lides desde hace unos... ¿treinta y cinco años?
Más o menos.
Siempre curioso, siempre atento, siempre en busca de nuevas noticias e información y, ¿por qué no?, también escribiendo acerca de todo esto, aunque no hubiese publicado nada hasta ahora. Y no era por falta de ganas.
Ahora, a punto de cumplir mis primeros cincuenta años, me doy cuenta de que sería absurdo dejar todo eso a un lado; sobre todo cuando, reconozco, estos temas me llenan e interesan tanto como la mismísima literatura.
Y heme aquí, al fin, dando la buena nueva: inauguro colección, mi Serie Apocrypha, Diarios de un Cazador de Misterios. Un viejo y largamente acariciado sueño que me permite -y obliga- a introducirme de lleno en el apasionante mundillo de la investigación.
En fin; supongo que los más recalcitrantes escépticos ya estarán poniendo el grito en el cielo; afortunadamente, creo que deben ser muy pocos. Los demás, por supuesto, quedáis cordialmente invitados a asistir -y acompañarme si lo deseáis- en esta nueva singladura. Sólo tenéis que asomaros aquí:
 
 
...el resto, como siempre, ya es cosa vuestra.
Por supuesto, y creo haberlo dicho ya hasta la saciedad, continuaré con mis novelas...

viernes, 28 de febrero de 2014

Aviso para navegantes... independientes

Hoy hace exactamente un mes que hice mi primer pedido de libros a Createspace. Para los que no lo conozcáis, Createspace es una plataforma desde la que, como autores independientes, podemos editar nuestros libros para su posterior publicación en papel. No sé si pertenece al gigante Amazon o es una empresa del grupo, pero lo que sí es cierto es que ambas -Amazon y Createspace- trabajan codo a codo.
Hasta ahora mi experiencia con dicha plataforma ha sido satisfactoria; ofrece una buena interface, bastante intuitiva, a la hora de trabajar en la preparación y diseño de nuestras obras y posteriormente, al igual que en Amazon, podemos consultar cada vez que lo necesitemos nuestros reportes de ventas.
Hasta aquí ningún problema. Hay quienes opinan -y yo era uno de ellos- que resulta bastante complicado trabajar con Createspace. Sin embargo eso no es así; una vez, claro está, que te haces un poco con el modo de trabajo y las herramientas que se ponen a tu disposición.
Debo confesar, sin embargo, que yo estuve peleándome con Createspace más de una semana antes de poder publicar el primero de mis libros satisfactoriamente. Pero, repito, eso no es nada que se pueda achacar a la complejidad de esa plataforma, sino al hecho de que, como autores independientes, supongo que todos avanzamos del mismo modo, es decir, mediante el método prueba-ensayo-equivocación-rectificación-elimino lo malo-me quedo con lo bueno.
Y a eso iba.
Otro de los pormenores con el trabajo en Createspace es intentar averiguar -una vez tienes tus libros preparados- qué fórmulas de pedido te permiten utilizar.
Y vuelta a empezar...
Prueba, ensayo, equivocación, rectificación, elimino lo malo, me quedo con lo bueno... y vuelvo a cagarla para volver a empezar.
Ahora, transcurrido un mes justo desde mi pedido, y esperando mis libros como agua bendita caída del cielo, descubro que me queda... casi otro mes de espera. ¿Motivo?: Createspace ofrece TRES formas distintas de servir nuestros pedidos, como muestra el siguiente "pantallazo" que tomé directamente:
 
 
Simple, ¿verdad? Claro... pero cuando uno va preocupado por escribir, por continuar con la publicidad en las redes sociales, etc... en ocasiones no se fija en los detalles, hasta que el método por ensayo nos planta de bruces ante la cruda realidad: mi pedido, según esto, ¡va a tardar al menos 50 días!
Descorazonador.
Con la segunda opción, el pedido me tarda aproximadamente un mes, o un mes y pocos días. Y con la tercera... bueno, todo puede estar listo en poco más de una semana.
De los errores se aprende, desde luego. Pero a veces un poco tarde. ¿Y qué os puedo decir de todo esto? Pues que cuando hagáis vuestros pedidos de libros... sí, sí, ¡esos que tanta prisa nos corre en ocasiones!... vale más perder un par de minutos en leer ABSOLUTAMENTE TODO lo que pone en nuestra pantalla que irnos, directamente y sin más, a la opción más barata... porque al final es la que más cara nos sale.
En fin; casi puedo ver vuestras caras: ¡con lo claro que está! ¿Cómo no te has dado cuenta?
Os aseguro que puede pasarle a cualquiera.
Por fortuna, todos los libros que forman mi pedido los tengo ya vendidos... antes de que lleguen. Pero aún tendré que esperar otras tres interminables semanas.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que este "independiente" se ha convertido, de golpe, en un acérrimo defensor de la tercera modalidad de pago.
Un abrazo, y sirva ésta "cagada" del método de ensayo como aviso para navegantes... independientes.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

Otro fragmento de EL LEGADO DE GLENN STURGEON. Debo confesar que disfruté muchísimo escribiéndolo, después de documentarme convenientemente acerca del protocolo.

Define bastante bien le mentalidad biohacker, que tiene un papel preponderante en la novela.

Espero que os guste:

"Sanders caminaba calle abajo, ensimismado en sus pensamientos, embutido en su cazadora de plástico de color azul marino rellena de plumón con las manos metidas en los bolsillos. Había recibido el aviso de que, por fin, su pedido se encontraba depositado en la Estafeta de Correos, hacia donde se dirigía en aquel momento. Su paso, firme y decidido, dejaba entrever cierto atisbo de impaciencia; y es que había tenido que esperar casi tres semanas, después de conseguir ahorrar las setenta libras necesarias para hacer su pedido, para recibir finalmente el ansiado paquete; ahora podría retomar nuevamente su trabajo. Una mueca de frio se convirtió paulatinamente en una sonrisa cuando recordó, mientras divisaba el edificio de correos al final de la calle, cómo obtuvo su primera extracción casera de una muestra de ADN celular siguiendo, uno a uno, los pasos que describía un protocolo que no le costó demasiado trabajo encontrar en la red. El primer paso consistía en romper, literalmente, las células, para poder desalojar su contenido molecular en una disolución tampón en la que se solubilizaba el ADN. A partir de ese instante, el referido tampón pasaba a encovar, además del propio ADN, toda una amalgama de residuos moleculares tales como proteínas, ARN y carbohidratos, además de otros componentes presentes a menor escala. Todo aquel proceso estaba fundado en el principio por el cual las cargas negativas del propio ADN atraen hacia sí a los iones salinos, haciendo posible su licuación y permitiendo, más tarde, su extracción de la célula. Después de esto, no había más que fragmentar las largas proteínas asociadas al ADN en cadenas de menor longitud y disgregarlas de éste. El último paso era, sencillamente, extraer el ADN de esa mezcla. Esto, así explicado, hacía pensar en un procedimiento bastante complejo; nada más alejado de la realidad. Todo el material necesario, excepto un único elemento que adquirió en la droguería, lo obtuvo de la cocina: agua mineral, bicarbonato sódico, un poco de sal de mesa, una cantidad irrisoria de champú o cualquier detergente líquido y la muestra vegetal a partir de la cual quería obtener el ADN. Lo único que le supuso una molestia fue tener que bajar a la droguería a comprar alcohol isoamílico; eso en cuanto a los reactivos. Después estaba el problema del material; ¡él no disponía de un moderno laboratorio químico en su casa...! ¿Problema? Ni muchísimo menos; puso al servicio de la Ciencia la nevera, la batidora, un vaso... y un colador. Lo único que tuvo que aportar él fue una varilla fina y un simple tubo de ensayo.
Las fases del procedimiento eran de lo más sencillo. En primer lugar, para confeccionar el tampón, sólo tenía que mezclar 120 ml de agua, 1'5 g de sal, 5 g de bicarbonato sódico y 5 ml de champú. Una vez hecho esto, lo introdujo en un recipiente y lo metió en la nevera. A continuación cogió la muestra vegetal a partir de la cual iba a extraer el ADN; se decantó por algo tan sofisticado como un sencillo tomate, que cortó con un cuchillo en pequeñas porciones. Vertió un poco de agua en la batidora y añadió los pequeños trozos de tomate, triturándolo a continuación. Con eso estaba haciendo que las células del vegetal se rompiesen; o, al menos, muchas de ellas. Algo más tarde, mezcló 10 ml del tampón, ya frío, con 5 ml del triturado en un recipiente limpio y lo agitó enérgicamente durante algo más de un par de minutos, colándolo a continuación para desechar los restos vegetales de mayor tamaño y conseguir, así, una mezcla bastante uniforme; si aún quedaban células que no se habían quebrado, ahora quedarían expuestas a la acción del champú. Después vertió en un tubo de ensayo 5 ml de aquel caldo y le añadió con cuidado 10 ml de alcohol isoamílico, al que previamente había hecho alcanzar la temperatura 0º C, el cual quedó flotando sobre el tampón. En cierto modo, aquella mezcla le recordaba a Sanders el resultado que se obtenía al hacer un café irlandés. A continuación tomó la varilla e introdujo uno de sus extremos en el tubo de ensayo, justo por debajo de la línea que separaba el tampón del alcohol, y la removió con cuidado hacia delante y hacia atrás durante aproximadamente un minuto... y se produjo el milagro: los fragmentos de mayor tamaño del preciado ADN se fueron enroscando en el extremo de la varilla que, al retirarla a través de la capa de alcohol, quedaron aglutinados en ella presentando la apariencia de un diminuto grumo, muy semejante en aspecto a un eventual copo de algodón empapado. ¡Eureka! Recordó emocionado aquel instante al tiempo que se disponía a entrar, ya, en la Estafeta de Correos; del mismo modo en que los antiguos alquimistas buscaban con denuedo la ansiada Piedra Filosofal, él mismo había obtenido, mediante un cuidadoso pero sencillo proceso su particular Elixir de la Vida. Claro que, se dijo, el resultado obtenido no era aún ADN en estado puro, pues todavía quedaban trazas o fragmentos de ARN en aquel producto de aspecto filamentoso. No obstante, el problema quedaba solucionado añadiendo enzimas que no harían otra cosa que disgregar las moléculas de ARN e impedir que éstas se agrupasen con el ADN. El resultado, sin embargo, no dejaba lugar a dudas... y el único y auténtico momento de riesgo que había corrido vino cuando su madre le dejó caer la pequeña reprimenda por no haber limpiado la batidora; después de todo, pensaba Sanders, lo único que había hecho era ennoblecer tan rudimentario artilugio elevándolo al rango de un precioso instrumento científico".

viernes, 10 de enero de 2014

Una mirada retrospectiva

Hoy he recibido la llamada telefónica de una amiga, Mony, que me ha dado qué pensar. Después de un rato de charla algo se ha disparado en el interior de mi cerebro; Mony ha encendido una mecha oculta que yo era incapaz de ver.
En un momento determinado de la conversación, me ha soltado a bocajarro algo así como "...estás logrando un montón de cosas..." Sí; ha sido como un bombazo en mi interior, pues uno anda tan atareado con el día a día que en ocasiones olvida los pequeños -y no tan pequeños- regalos de la Vida. Esto, de hecho, me ha obligado a detenerme unos instantes y reflexionar.
No sé si os pasa, pero un servidor siempre tiene la angustiosa sensación de que el tiempo se ha detenido, de que permanecemos estancados en algún apeadero de la vida del cual somos incapaces de escapar. Pero esto no es así.
¿Dónde estaba yo hace un año? ¿En qué lugar del camino me encontraba...?
"...has hecho muchas pequeñas cosas...", continuaba hablándome Mony desde el otro lado del teléfono. "Tantas, que empiezan a sumar algo grande..."
He de confesar que a esas alturas ya me estaba mordiendo las uñas de los pies, de puro nervio...
"Pue no... no las acabo de ver...", me repetía para mis adentros mientras mi amiga continuaba hablando.
Pero sí; lo veo. Mony me ha hecho comprender que son precisamente esos pequeños logros los que dibujan nuestro futuro, los que esculpen el modelo de lo que queremos llegar a ser y, sobre todo, los que hacen que nuestro presente sea llevadero e interesante. Y es que a uno le cuesta un poco captar esos pequeños matices de la existencia... pero, cuando al fin aparecen ante mi vista, me doy cuenta de que mi amiga tiene toda la razón del mundo.
Poco a poco, lentamente, nuestros objetivos se van cumpliendo, pero nos detenemos con muy poca frecuencia a echar un vistazo hacia atrás, a retroceder en el tiempo unos días, unas semanas, unos meses. Y olvidamos. Y tenemos la impresión de continuar sumidos en la oscuridad del túnel... pero eso no es cierto. Al menos en mi caso.
Avanzo, aunque no sea totalmente consciente de ello, sumido en una sociedad en la que prima la competencia y la competitividad; en la que tanto tienes, tanto vales, y en la que, por desgracia, si no tienes nada no vales una mierda.
Hoy me he dado cuenta de que tengo mucho... y también mucho que agradecer. Al fin y al cabo, el año que acaba de dejarnos, por muy mucho que acabe en trece, no ha sido tan malo. Ni en lo personal, ni en lo familiar ni, por supuesto, en lo profesional.

Algunas cosas no se ven, no son palpables... pero están ahí. Se sienten, se experimentan, se presienten... Otras, en cambio, conforman esos matices sólidos, físicos y tangibles que nos hacen darnos cuenta -incluso a los más negados, como es mi caso- de que estamos recorriendo el camino... y que lo hacemos con la dignidad del guerrero; en ese sentido, tengo que reconocer que me siento como un niño con zapatos nuevos cuando contemplo esto:


...o esto:


...o tal vez esto:



Sí; son tres de mis cuatro novelas publicadas, al fin, en papel.
Lo profesional, además, me ha dejado otros regalos durante el año.
He conocido gente, he ampliado mis círculos, he ganado amigos...
Quedé finalista en el IV Premio de Narrativa Corta Josep Soler i Palet, y los diez trabajos seleccionados -entre los cuales se encuentra el mío- serán publicados también en un libro físico para el próximo Sant Jordi, así como expuestos en la página del Ayuntamiento de Terrassa. Cuando sea publicado, dedicaré un post a eso...
Y también han surgido ideas; Estoy trabajando en un ambicioso proyecto de divulgación e investigación que, lentamente, voy desgranando... entre otras cosas.
Así que por último, y después de este breve período de reflexión, acaba uno preguntándose... ¿dónde me llevarán los mil próximos logros?
No lo sé; lo desconozco. Pero tengo una certeza: voy a continuar disfrutándolos día a día; de verdad. Conscientemente. Y los voy a celebrar porque, no sé quien dijo esto, pero tenía toda la razón del mundo: "Cada triunfo se merece un juguete".

...Y ahí queda eso...

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Preludio de EL LEGADO DE GLENN STURGEON

Hoy quiero dejaros un pequeño regalo. Tanto a lectores como a compañeros de pluma. Este Preludio conforma el capítulo introductorio a mi última novela, EL LEGADO DE GLENN STURGEON, en el que hallaréis, además de una siniestra trama argumental, los motivos e inquietudes que mueven a los dos hermanos protagonistas de esta historia a indagar en la vida de su padre cuando, tras su inesperada muerte, se dan cuenta de que era un perfecto desconocido para ellos. Deseo de todo corazón que disfrutéis con la lectura.
Os quiero pedir disculpas por el tamaño de la letra, pero me he visto obligado a hacerlo así por no alargar demasiado el post.
 

PRELUDIO


Glenn Sturgeon estaba muy asustado. Acababa de llegar a casa y, tras colgar su abrigo en el perchero del recibidor y deshacerse de la bufanda, se aflojó con gesto mecánico la corbata y desabrochó el botón superior de su elegante camisa blanca, que le oprimía el cuello impidiéndole respirar con normalidad. Encaminó sus pasos directamente hacia la biblioteca, un enorme y acogedor salón literalmente atestado de libros en un rincón del cual estaba su mesa de trabajo. Tomó asiento pausadamente en el cómodo sillón giratorio de piel marrón situado tras el escritorio y dejó deambular libremente su mirada por la estancia, pensativo, mientras se masajeaba la nuca con la mano. Había sido, como la mayoría, una jornada tremendamente larga y agotadora. Por norma general solía llegar a casa bastante cansado, pero satisfecho. Sin embargo Glenn Sturgeon se maldecía ahora para sus adentros. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?, se preguntó. Sus ojos buscaron refugio en la cálida superficie de la mesa, sobre la cual reposaban sus manos con los dedos entrelazados. Las observó. Ya no eran las mismas manos fuertes y decididas, llenas de empuje y energía con las que se había levantado de la cama aquella misma mañana. No. Ahora las contemplaba sobre la mesa, pálidas, débiles, temblorosas. Se sentía enfermo. Tremendamente enfermo. Hasta la fecha, siempre había gozado de una salud de hierro; a sus sesenta años recién cumplidos, ofrecía un aspecto realmente sano y envidiable. Jamás había padecido enfermedades importantes o dignas de mención. Ni siquiera había sufrido ninguna intervención quirúrgica, por nimia que ésta fuese; y ahora… no; decididamente las cosas no iban bien. El destino acababa de darle un giro inesperado a su vida; por momentos, Glenn Sturgeon tuvo la certeza de que todo su mundo, todo aquello por cuanto había luchado, se estaba desmoronando como un frágil y patético castillo de naipes.

Desabrochó el segundo botón de su camisa intentando ganar algo de oxígeno; pero comprendió con desencanto que aquel no era el verdadero problema. Continuaba experimentando aquella terrible sensación en el pecho que le torturaba, que le oprimía de tal manera que parecía que, de un momento a otro, acabaría por estrangularle. No; Glenn Sturgeon se reafirmó en la idea de que las cosas no iban bien. Maldijo de nuevo su suerte. O quizá su actual estado no se debiera tanto a cuestiones del azar, sino a que había bajado la guardia de una forma ingenua e irresponsable. ¿Cómo había podido ser tan estúpido?, se preguntó nuevamente. Inclinó la cabeza hacia atrás y la apoyó, cansado, sobre el alto respaldo de su sillón. Cerró los ojos e intentó recapacitar. Su actual y lamentable situación no le ofrecía ya lugar a dudas; en dos, tres, a lo sumo cuatro horas, aparecerían los espasmos. Nada que ver con los ligeros temblores que ahora sufría. Y después sobrevendría la muerte; una muerte temible e injusta. Se había iniciado hacía escasas horas un proceso cruel e insensible que no le ofrecía el más mínimo reguero de esperanza. Era irreversible. Tenía que actuar con premura y lucidez, mientras aún pudiese hacerlo. Enderezó lentamente la cabeza y abrió los ojos, intentando enfocar ahora la vista hacia el escritorio, donde tenía dispuesta su pluma y unas cuartillas de papel en blanco. Le habría resultado mucho más fácil redactar la carta con el ordenador e imprimirla a continuación, máxime ahora que, a medida que transcurrían los minutos, los temblores de sus manos parecían intensificarse. Pero habría resultado también demasiado intrascendente, demasiado trivial; se habría convertido en un acto impersonal y carente de contenido afectivo. Y ellos merecían algo más que eso. Había sobre la mesa, una a cada lado, sendas fotografías enfundadas en dos preciosos marcos de marfil delicadamente ornamentados. Eran sus hijos, David y Nadine. Veintiocho y veinticuatro años, respectivamente. Pensó en ellos brevemente, aunque lo hizo con mucha intensidad. Encendió la lámpara de sobremesa situada en el centro, entre ambas fotografías, y tomó la pluma, que se le antojó de repente abrumadoramente pesada. Al instante, el reflejo de la luz en la superficie de cristal de los marcos le devolvió, reflejada, una imagen dantesca y fantasmagórica de sí mismo. Su cabello, canoso, continuaba siendo el mismo de siempre; al igual que la barba y el bigote, recortados pulcramente y con esmero. A sus sesenta años recién cumplidos, Glenn Sturgeon podía enorgullecerse de ser el feliz poseedor de un rostro límpido y apenas sin arrugas; de hecho, jamás había aparentado la edad que realmente tenía. Pero ahora era distinto. Parecían haber aflorado a su esfinge, repentinamente, una serie de rasgos que en circunstancias normales habrían denotado ciertos síntomas y características provocados por la edad. Era lo lógico. Pero, a pesar de todo, habría continuado aparentando los años que en realidad tenía. Sin embargo, una palidez extrema se había instalado en su tez clara, otrora serena, acentuando más, si cabía, las incipientes entradas que partían hacia arriba desde su frente, que parecía estar surcada ahora por profundas heridas producidas por un afilado arado en la tierra virgen y reseca. Sus hijos, sonrientes, parecían observar divertidos sus agónicos movimientos desde sus respectivas tribunas de papel, cristal y marfil.

Había llegado el momento; aquel momento tan aplazado, tan odiado, tan temido por Glen Sturgeon. Empezó a redactar su epístola con mano temblorosa y pulso errático, pero con determinación. Lentamente, trazo tras trazo, palabra tras palabra, fue tomando forma el escrito. Iba dirigido a ellos; a David y Nadine. A sus hijos. Era la carta que jamás habría deseado escribir, la misiva que nunca debería haberles llegado a sus vástagos… al menos, no en aquellas condiciones. A Glenn Sturgeon le habría encantado que las cosas fuesen distintas y, ahora estaba seguro, habría sacrificado con gusto la mitad de su vida a cambio, simplemente, de poderles expresar en persona a sus sucesores lo que ahora se veía obligado a dejarles plasmado sobre un burdo pedazo de papel. Pero así estaban las cosas. Sin embargo, eso no era lo que más le atenazaba el alma en aquellos momentos. A medida que avanzaba en la redacción de su última declaración y voluntad dirigida a ellos, la idea que le afligía, y que azarosamente se había empezado a instalar en la boca de su estómago era portadora de una pregunta de la que, al menos él, jamás obtendría una respuesta: ¿llegarían sus hijos a perdonarle algún día? Porque, con su carta, estaba depositando en ellos una terrible responsabilidad… a la misma vez que les dejaba ante un peligro que, no por invisible, dejaba de ser real; él mismo estaba, ahora, a punto de experimentarlo en sus propias carnes. Y, en definitiva, David y Nadine sólo eran dos críos que tenían toda una vida por delante. ¿Tenía él derecho a hacerles una cosa así? Hasta ahora les había estado protegiendo… protegiendo de su propio apellido, de su propio destino. Tal vez, sólo tal vez, llegarían a comprender en alguna ocasión lo mucho que él había luchado por su seguridad y bienestar.

Presa de un sudor frío y empalagoso, el reflejo de su rostro en el marco perteneciente a la fotografía de David le escupió la imagen de sus ojos marrones, antaño llenos de vida, hundidos ahora en sendas cuencas oscuras y sobrecogedoras que parecían no tener fondo y hundirse en lo más profundo del averno. Dobló cuidadosamente la carta y la introdujo en un sobre blanco que portaba el logotipo de la Glestur Chemical & Pharmacologics, su empresa, y el de la Fundación. Observó el reloj; se estaba haciendo un poco tarde aunque, en realidad, aquello ya no tenía demasiada importancia para él. Le quedaba muy poco tiempo, y lo sabía con certeza. ¡Maldito bastardo!; ojalá te pudras en el Infierno… pensó impotente recordando el rostro afilado e iracundo del responsable directo de que él se hallase, ahora, en tan lamentable situación. Cogió el teléfono y marcó sistemáticamente un número que conocía de memoria. Mantuvo una corta conversación con alguien, al parecer, de confianza. Al cabo de escasos treinta minutos Anthony Riggs estaba sentado frente a su mesa de trabajo en la enorme sala de la biblioteca.

Riggs era uno de los varios abogados de Sturgeon; uno más de los que trabajaban para él. Se trataba de un tipo no demasiado alto y algo achaparrado que, allá donde fuere, solía amenizar con bastante éxito las reuniones tanto personales como de trabajo. De carácter jovial y extrovertido, normalmente estaba siempre de buen humor. Según sus propias palabras, era una fórmula magistral que había heredado de su abuelo materno para hacer de la vida algo menos serio y aburrido de lo que en realidad era. Tenía el cabello negro como el tizón, corto y rizado y, a sus cincuenta y nueve años, había llegado a convertirse, por méritos propios, en la mano derecha de Glenn. Pero sobre todo era un buen amigo. Glenn Sturgeon había depositado desde un buen principio su confianza en él y éste, haciendo honor a tal privilegio, jamás le había decepcionado lo más mínimo. Riggs conocía en profundidad sus negocios, sus inquietudes, sus sueños y proyectos y, aunque no tenía la absoluta certeza, también era capaz de vislumbrar en la bruma los fantasmas que le atenazaban. Pero en esta ocasión el semblante de Anthony Riggs estaba bastante más serio que de costumbre. Ni siquiera se había quitado el abrigo; cuando Glenn le abrió la puerta, la sonrisa de Riggs pareció quedarse congelada en sus labios. Se sorprendió sobremanera al contemplar el aspecto marchito y demacrado de su amigo que, con un gesto, le invitó a pasar de inmediato. Sin mediar palabra le siguió hasta la biblioteca, lugar en el que solían reunirse con bastante frecuencia, y ambos tomaron asiento. El uno y el otro se contemplaron durante unos instantes en completo silencio. Riggs observó con creciente preocupación el temblor que acusaban las manos de su amigo.

-Glenn… ¿te encuentras bien? –dijo por fin con voz insegura.

Sturgeon le alargó el sobre por encima de la mesa. Ya estaba cerrado, y había sido lacrado con un sello de cera azul en el que destacaba el emblema de la Fundación. Riggs lo contempló sin comprender demasiado bien.

-Toma –dijo Glenn con voz trémula-. Quiero que sigas mis instrucciones; ya casi no me queda tiempo.

Riggs observó el sobre en silencio. Resultaba evidente que aquel no era el Glenn Sturgeon con el que había compartido jornada laboral hacía escasas horas. El abogado empezó a temerse lo peor.

-Lo han logrado, ¿verdad, Glenn? Esos infames se han salido con la suya.

Sturgeon asintió, hundiendo la mirada en su regazo. Empezaba a perder el control sobre sus manos.

-¿Recuerdas la conversación que mantuvimos aquí mismo el verano pasado, hace unos meses? Creo que ha llegado el momento.

Riggs movió lentamente la cabeza en gesto afirmativo.

-Tienes que entregar el sobre a mis hijos, Anthony. Justo al cabo de un mes a partir de que hereden todo… todo esto. Por lo demás, ya sabes cuál es tu cometido a partir de ahora. Ya he arreglado las cosas.

-Es una responsabilidad enorme, Glenn. No sé si…

-Bobadas; lo harás a la perfección, Anthony; como siempre. Confío en ti. Mi última voluntad es que te ocupes de ellos como se merecen. Debes reconducir adecuadamente los pasos de David y Nadine para que asuman el control de todo… y continúen con esta lucha sin sentido. Son buenos chicos.

-Lo sé –asintió Riggs con gesto grave-. ¿Quieres… -dudó-… deseas que te acerque al hospital?

Sturgeon levantó la mano derecha e hizo un gesto negativo a la vez que movía la cabeza a ambos lados.

-Sabes que ya es inútil. Quiero tener, al menos, una muerte digna. Deseo morir aquí, en casa. Probablemente el veneno no dejará huella… y mi muerte será achacada a una parada cardiorespiratoria o algo por el estilo. De todos modos, no deseo que mis hijos se alarmen. No por el momento.

-Comprendo –dijo Riggs totalmente resignado.

Glenn Sturgeon se puso en pie, tambaleante. Empezaba a perder el sentido del equilibrio, y sus pasos se tornaron bastante inestables.

-Ahora necesito descansar, amigo mío.

Riggs le imitó; tomó el sobre con sumo cuidado y encaminó sus pasos hacia la salida. Tuvo la certeza de que jamás volvería a ver a Glenn. Las palabras de éste le detuvieron, ya ante la puerta.

-Anthony.

Riggs le miró por última vez.

-Ha sido un honor combatir a tu lado.

La puerta se cerró a las espaldas del abogado, y Glenn Sturgeon regresó con paso lento y vacilante a la biblioteca. Al cabo de aproximadamente dos horas de la partida de su amigo, Glenn Sturgeon exhalaba su último aliento.

FIN



¿Qué tal? ¿Os ha gustado? Si os apetece dejar vuestras impresiones aquí, podéis hacerlo. Os lo agradeceré.

martes, 17 de diciembre de 2013

¡Ya está a la venta!

Acabo de verlo; me he asomado tímidamente al portal Amazon... ¡y mi libro ya está a la venta!
Espero que os guste y, cómo no, también acepto con sana y literaria deportividad las posibles críticas que puedan caer aunque, a estas alturas, he aprendido que las críticas hacia las obras de uno son un precioso canal para continuar aprendiendo.
De paso, diré también que me he dado una pequeña vuelta por "la cocina", y he retocado algunas cosas en cuanto a precios.
Ahora ya nadie tiene excusa: ¿quién no puede regalarse una novela por tan sólo 1 euro?