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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Preludio de EL LEGADO DE GLENN STURGEON

Hoy quiero dejaros un pequeño regalo. Tanto a lectores como a compañeros de pluma. Este Preludio conforma el capítulo introductorio a mi última novela, EL LEGADO DE GLENN STURGEON, en el que hallaréis, además de una siniestra trama argumental, los motivos e inquietudes que mueven a los dos hermanos protagonistas de esta historia a indagar en la vida de su padre cuando, tras su inesperada muerte, se dan cuenta de que era un perfecto desconocido para ellos. Deseo de todo corazón que disfrutéis con la lectura.
Os quiero pedir disculpas por el tamaño de la letra, pero me he visto obligado a hacerlo así por no alargar demasiado el post.
 

PRELUDIO


Glenn Sturgeon estaba muy asustado. Acababa de llegar a casa y, tras colgar su abrigo en el perchero del recibidor y deshacerse de la bufanda, se aflojó con gesto mecánico la corbata y desabrochó el botón superior de su elegante camisa blanca, que le oprimía el cuello impidiéndole respirar con normalidad. Encaminó sus pasos directamente hacia la biblioteca, un enorme y acogedor salón literalmente atestado de libros en un rincón del cual estaba su mesa de trabajo. Tomó asiento pausadamente en el cómodo sillón giratorio de piel marrón situado tras el escritorio y dejó deambular libremente su mirada por la estancia, pensativo, mientras se masajeaba la nuca con la mano. Había sido, como la mayoría, una jornada tremendamente larga y agotadora. Por norma general solía llegar a casa bastante cansado, pero satisfecho. Sin embargo Glenn Sturgeon se maldecía ahora para sus adentros. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?, se preguntó. Sus ojos buscaron refugio en la cálida superficie de la mesa, sobre la cual reposaban sus manos con los dedos entrelazados. Las observó. Ya no eran las mismas manos fuertes y decididas, llenas de empuje y energía con las que se había levantado de la cama aquella misma mañana. No. Ahora las contemplaba sobre la mesa, pálidas, débiles, temblorosas. Se sentía enfermo. Tremendamente enfermo. Hasta la fecha, siempre había gozado de una salud de hierro; a sus sesenta años recién cumplidos, ofrecía un aspecto realmente sano y envidiable. Jamás había padecido enfermedades importantes o dignas de mención. Ni siquiera había sufrido ninguna intervención quirúrgica, por nimia que ésta fuese; y ahora… no; decididamente las cosas no iban bien. El destino acababa de darle un giro inesperado a su vida; por momentos, Glenn Sturgeon tuvo la certeza de que todo su mundo, todo aquello por cuanto había luchado, se estaba desmoronando como un frágil y patético castillo de naipes.

Desabrochó el segundo botón de su camisa intentando ganar algo de oxígeno; pero comprendió con desencanto que aquel no era el verdadero problema. Continuaba experimentando aquella terrible sensación en el pecho que le torturaba, que le oprimía de tal manera que parecía que, de un momento a otro, acabaría por estrangularle. No; Glenn Sturgeon se reafirmó en la idea de que las cosas no iban bien. Maldijo de nuevo su suerte. O quizá su actual estado no se debiera tanto a cuestiones del azar, sino a que había bajado la guardia de una forma ingenua e irresponsable. ¿Cómo había podido ser tan estúpido?, se preguntó nuevamente. Inclinó la cabeza hacia atrás y la apoyó, cansado, sobre el alto respaldo de su sillón. Cerró los ojos e intentó recapacitar. Su actual y lamentable situación no le ofrecía ya lugar a dudas; en dos, tres, a lo sumo cuatro horas, aparecerían los espasmos. Nada que ver con los ligeros temblores que ahora sufría. Y después sobrevendría la muerte; una muerte temible e injusta. Se había iniciado hacía escasas horas un proceso cruel e insensible que no le ofrecía el más mínimo reguero de esperanza. Era irreversible. Tenía que actuar con premura y lucidez, mientras aún pudiese hacerlo. Enderezó lentamente la cabeza y abrió los ojos, intentando enfocar ahora la vista hacia el escritorio, donde tenía dispuesta su pluma y unas cuartillas de papel en blanco. Le habría resultado mucho más fácil redactar la carta con el ordenador e imprimirla a continuación, máxime ahora que, a medida que transcurrían los minutos, los temblores de sus manos parecían intensificarse. Pero habría resultado también demasiado intrascendente, demasiado trivial; se habría convertido en un acto impersonal y carente de contenido afectivo. Y ellos merecían algo más que eso. Había sobre la mesa, una a cada lado, sendas fotografías enfundadas en dos preciosos marcos de marfil delicadamente ornamentados. Eran sus hijos, David y Nadine. Veintiocho y veinticuatro años, respectivamente. Pensó en ellos brevemente, aunque lo hizo con mucha intensidad. Encendió la lámpara de sobremesa situada en el centro, entre ambas fotografías, y tomó la pluma, que se le antojó de repente abrumadoramente pesada. Al instante, el reflejo de la luz en la superficie de cristal de los marcos le devolvió, reflejada, una imagen dantesca y fantasmagórica de sí mismo. Su cabello, canoso, continuaba siendo el mismo de siempre; al igual que la barba y el bigote, recortados pulcramente y con esmero. A sus sesenta años recién cumplidos, Glenn Sturgeon podía enorgullecerse de ser el feliz poseedor de un rostro límpido y apenas sin arrugas; de hecho, jamás había aparentado la edad que realmente tenía. Pero ahora era distinto. Parecían haber aflorado a su esfinge, repentinamente, una serie de rasgos que en circunstancias normales habrían denotado ciertos síntomas y características provocados por la edad. Era lo lógico. Pero, a pesar de todo, habría continuado aparentando los años que en realidad tenía. Sin embargo, una palidez extrema se había instalado en su tez clara, otrora serena, acentuando más, si cabía, las incipientes entradas que partían hacia arriba desde su frente, que parecía estar surcada ahora por profundas heridas producidas por un afilado arado en la tierra virgen y reseca. Sus hijos, sonrientes, parecían observar divertidos sus agónicos movimientos desde sus respectivas tribunas de papel, cristal y marfil.

Había llegado el momento; aquel momento tan aplazado, tan odiado, tan temido por Glen Sturgeon. Empezó a redactar su epístola con mano temblorosa y pulso errático, pero con determinación. Lentamente, trazo tras trazo, palabra tras palabra, fue tomando forma el escrito. Iba dirigido a ellos; a David y Nadine. A sus hijos. Era la carta que jamás habría deseado escribir, la misiva que nunca debería haberles llegado a sus vástagos… al menos, no en aquellas condiciones. A Glenn Sturgeon le habría encantado que las cosas fuesen distintas y, ahora estaba seguro, habría sacrificado con gusto la mitad de su vida a cambio, simplemente, de poderles expresar en persona a sus sucesores lo que ahora se veía obligado a dejarles plasmado sobre un burdo pedazo de papel. Pero así estaban las cosas. Sin embargo, eso no era lo que más le atenazaba el alma en aquellos momentos. A medida que avanzaba en la redacción de su última declaración y voluntad dirigida a ellos, la idea que le afligía, y que azarosamente se había empezado a instalar en la boca de su estómago era portadora de una pregunta de la que, al menos él, jamás obtendría una respuesta: ¿llegarían sus hijos a perdonarle algún día? Porque, con su carta, estaba depositando en ellos una terrible responsabilidad… a la misma vez que les dejaba ante un peligro que, no por invisible, dejaba de ser real; él mismo estaba, ahora, a punto de experimentarlo en sus propias carnes. Y, en definitiva, David y Nadine sólo eran dos críos que tenían toda una vida por delante. ¿Tenía él derecho a hacerles una cosa así? Hasta ahora les había estado protegiendo… protegiendo de su propio apellido, de su propio destino. Tal vez, sólo tal vez, llegarían a comprender en alguna ocasión lo mucho que él había luchado por su seguridad y bienestar.

Presa de un sudor frío y empalagoso, el reflejo de su rostro en el marco perteneciente a la fotografía de David le escupió la imagen de sus ojos marrones, antaño llenos de vida, hundidos ahora en sendas cuencas oscuras y sobrecogedoras que parecían no tener fondo y hundirse en lo más profundo del averno. Dobló cuidadosamente la carta y la introdujo en un sobre blanco que portaba el logotipo de la Glestur Chemical & Pharmacologics, su empresa, y el de la Fundación. Observó el reloj; se estaba haciendo un poco tarde aunque, en realidad, aquello ya no tenía demasiada importancia para él. Le quedaba muy poco tiempo, y lo sabía con certeza. ¡Maldito bastardo!; ojalá te pudras en el Infierno… pensó impotente recordando el rostro afilado e iracundo del responsable directo de que él se hallase, ahora, en tan lamentable situación. Cogió el teléfono y marcó sistemáticamente un número que conocía de memoria. Mantuvo una corta conversación con alguien, al parecer, de confianza. Al cabo de escasos treinta minutos Anthony Riggs estaba sentado frente a su mesa de trabajo en la enorme sala de la biblioteca.

Riggs era uno de los varios abogados de Sturgeon; uno más de los que trabajaban para él. Se trataba de un tipo no demasiado alto y algo achaparrado que, allá donde fuere, solía amenizar con bastante éxito las reuniones tanto personales como de trabajo. De carácter jovial y extrovertido, normalmente estaba siempre de buen humor. Según sus propias palabras, era una fórmula magistral que había heredado de su abuelo materno para hacer de la vida algo menos serio y aburrido de lo que en realidad era. Tenía el cabello negro como el tizón, corto y rizado y, a sus cincuenta y nueve años, había llegado a convertirse, por méritos propios, en la mano derecha de Glenn. Pero sobre todo era un buen amigo. Glenn Sturgeon había depositado desde un buen principio su confianza en él y éste, haciendo honor a tal privilegio, jamás le había decepcionado lo más mínimo. Riggs conocía en profundidad sus negocios, sus inquietudes, sus sueños y proyectos y, aunque no tenía la absoluta certeza, también era capaz de vislumbrar en la bruma los fantasmas que le atenazaban. Pero en esta ocasión el semblante de Anthony Riggs estaba bastante más serio que de costumbre. Ni siquiera se había quitado el abrigo; cuando Glenn le abrió la puerta, la sonrisa de Riggs pareció quedarse congelada en sus labios. Se sorprendió sobremanera al contemplar el aspecto marchito y demacrado de su amigo que, con un gesto, le invitó a pasar de inmediato. Sin mediar palabra le siguió hasta la biblioteca, lugar en el que solían reunirse con bastante frecuencia, y ambos tomaron asiento. El uno y el otro se contemplaron durante unos instantes en completo silencio. Riggs observó con creciente preocupación el temblor que acusaban las manos de su amigo.

-Glenn… ¿te encuentras bien? –dijo por fin con voz insegura.

Sturgeon le alargó el sobre por encima de la mesa. Ya estaba cerrado, y había sido lacrado con un sello de cera azul en el que destacaba el emblema de la Fundación. Riggs lo contempló sin comprender demasiado bien.

-Toma –dijo Glenn con voz trémula-. Quiero que sigas mis instrucciones; ya casi no me queda tiempo.

Riggs observó el sobre en silencio. Resultaba evidente que aquel no era el Glenn Sturgeon con el que había compartido jornada laboral hacía escasas horas. El abogado empezó a temerse lo peor.

-Lo han logrado, ¿verdad, Glenn? Esos infames se han salido con la suya.

Sturgeon asintió, hundiendo la mirada en su regazo. Empezaba a perder el control sobre sus manos.

-¿Recuerdas la conversación que mantuvimos aquí mismo el verano pasado, hace unos meses? Creo que ha llegado el momento.

Riggs movió lentamente la cabeza en gesto afirmativo.

-Tienes que entregar el sobre a mis hijos, Anthony. Justo al cabo de un mes a partir de que hereden todo… todo esto. Por lo demás, ya sabes cuál es tu cometido a partir de ahora. Ya he arreglado las cosas.

-Es una responsabilidad enorme, Glenn. No sé si…

-Bobadas; lo harás a la perfección, Anthony; como siempre. Confío en ti. Mi última voluntad es que te ocupes de ellos como se merecen. Debes reconducir adecuadamente los pasos de David y Nadine para que asuman el control de todo… y continúen con esta lucha sin sentido. Son buenos chicos.

-Lo sé –asintió Riggs con gesto grave-. ¿Quieres… -dudó-… deseas que te acerque al hospital?

Sturgeon levantó la mano derecha e hizo un gesto negativo a la vez que movía la cabeza a ambos lados.

-Sabes que ya es inútil. Quiero tener, al menos, una muerte digna. Deseo morir aquí, en casa. Probablemente el veneno no dejará huella… y mi muerte será achacada a una parada cardiorespiratoria o algo por el estilo. De todos modos, no deseo que mis hijos se alarmen. No por el momento.

-Comprendo –dijo Riggs totalmente resignado.

Glenn Sturgeon se puso en pie, tambaleante. Empezaba a perder el sentido del equilibrio, y sus pasos se tornaron bastante inestables.

-Ahora necesito descansar, amigo mío.

Riggs le imitó; tomó el sobre con sumo cuidado y encaminó sus pasos hacia la salida. Tuvo la certeza de que jamás volvería a ver a Glenn. Las palabras de éste le detuvieron, ya ante la puerta.

-Anthony.

Riggs le miró por última vez.

-Ha sido un honor combatir a tu lado.

La puerta se cerró a las espaldas del abogado, y Glenn Sturgeon regresó con paso lento y vacilante a la biblioteca. Al cabo de aproximadamente dos horas de la partida de su amigo, Glenn Sturgeon exhalaba su último aliento.

FIN



¿Qué tal? ¿Os ha gustado? Si os apetece dejar vuestras impresiones aquí, podéis hacerlo. Os lo agradeceré.

martes, 17 de diciembre de 2013

¡Ya está a la venta!

Acabo de verlo; me he asomado tímidamente al portal Amazon... ¡y mi libro ya está a la venta!
Espero que os guste y, cómo no, también acepto con sana y literaria deportividad las posibles críticas que puedan caer aunque, a estas alturas, he aprendido que las críticas hacia las obras de uno son un precioso canal para continuar aprendiendo.
De paso, diré también que me he dado una pequeña vuelta por "la cocina", y he retocado algunas cosas en cuanto a precios.
Ahora ya nadie tiene excusa: ¿quién no puede regalarse una novela por tan sólo 1 euro?
 

viernes, 13 de diciembre de 2013

El legado de Glenn Sturgeon

Me siento bien. Estoy ultimando los preparativos para la publicación de mi última novela, El legado de Glenn Sturgeon.
Supongo que los que publicáis vuestras novelas sabéis muy bien de qué hablo; esa sensación de plenitud, esas "mariposas en el estómago", ese sentimiento de haber finalizado tu último trabajo y ofrecerlo al mundo...
Ahora comenzará una nueva etapa, un nuevo ciclo en la vida del escritor. Nuevos proyectos -estoy trabajando en varios-, nuevas andaduras, nuevas historias que contar, nuevos retos. Y, ¿por qué no?, nuevas esperanzas. Paralelamente a esto, y los amantes de la "pluma independiente" -pero siempre libre- me comprenderán, dará comienzo otra agotadora campaña de promoción, de comunicación, de dar a conocer al resto de los mortales tu nueva obra. Un gaje más del oficio, supongo, con el cual debemos acostumbrarnos a convivir.
A veces detengo mis pasos por unos momentos para intentar dar cabida a la reflexión, siempre útil y necesaria para quienes, como nosotros, nos dedicamos a contar cosas, hechos, historias, vidas... Y no tarda en aflorar de nuevo ese sentimiento, esa sensación de bienestar, esa idea -casi mágica y precognitiva- de que uno anda por el buen camino. Pero también aparece esa voz interior que te repite tozuda y constantemente que aún queda mucho por hacer.
 
Estos días ando con la vista pegada casi constantemente a la pantalla de mi ordenador; estoy preparando el diseño de la portada de esta nueva novela que, como las anteriores, me ha hecho sumergirme y bucear -y llegar a apasionarme- en tantos y tantos mundos que hasta ahora desconocía. Os presento el boceto final que, probablemente, será el "rostro" de mi libro:
 
Puedo aseguraros que estuve a punto de volverme loco cuando trataba de recoger las ideas que hiciesen que, de alguna manera, la imagen transmitiese al lector un pequeño esbozo del contenido del libro.
Sí; esta vez le ha tocado a la industria farmacéutica, ese enorme gigante que, de una u otra forma, influye en nuestras vidas tanto como pueda hacerlo la política, la iglesia o la misma red. Y no me resisto a dejar apuntada aquí, también, una breve sinopsis de esta nueva historia; probablemente será la que acompañe al libro en su publicación:
 
 
SINOPSIS
Tras la súbita muerte de su padre, David y Nadine Sturgeon acuden al notario dispuestos a conocer cuál es la última voluntad de su progenitor; en esa sala gris recibirán el mayor impacto emocional de sus vidas que, de súbito, se ven transformadas por completo.
A partir de ahora, tratarán de desvelar quién era en realidad la persona de la que acaban de heredar un vasto imperio económico y empresarial. No tardarán en descubrir que se mueven en aguas profundas y cenagosas, dominadas por poderosos magnates de la industria farmacéutica cuyo oscuro pasado se remonta a los tiempos del Tercer Reich, y cuya ambición no tiene límites. Dicha élite, sirviéndose de un nutrido grupo de biohackers reclutados bajo engaño, trama un siniestro plan que puede reportarles enormes beneficios y un estatus insospechado de poder.
¿Qué sucedería si alguien, al margen de los conceptos más elementales de Democracia, Libertad, Valores y Derechos Humanos decidiera asumir el control de natalidad de la población humana a su antojo? ¿Imposible? Ésta es la estremecedora premisa de la que parte el presente relato.
 
Como podréis comprobar, a uno le tiran los temas "a lo grande". Puedo aseguraros que se trata de una materia que acaba resultando interesantísima... y al mismo tiempo estremecedora.
Poco a poco iré desvelando más detalles de esta novela que, a lo largo de un año y medio, me ha ayudado a descubrir temáticas tan interesantes como la de las Sociedades Secretas, las élites de poder o el mundo de los biohackers -que, por cierto, me ha resultado fascinante-.
En fin, aquí os dejo con estas reflexiones mientras vuelvo a mi pantalla.

viernes, 18 de octubre de 2013

¿Estamos asistiendo al principio de algo grande...?

Esta noticia me ha llamado hoy la atención. ¿Qué impresión os da?


Espero no estar volviéndome paranoico, pero... ¿acaba de ponerse en marcha algo realmente bueno?

¡Un abrazo!


lunes, 7 de octubre de 2013

Respetar nuestra profesión

Lo siento, pero no he podido evitarlo.
Es decir, no lo siento.
Acabo de leer algunos artículos en la red hablando de nosotros, los tan traidos y llevados escritores independientes, escritores indies... o llamadlo como os plazca; escritores, al fin y al cabo.
Bien sabe Dios que no me gusta la polémica, ni soy demasiado dado a buscar razones o desfacer entuertos, como nuestro amado hidalgo Don Quijote de la Mancha; pero es que... es que el tratamiento que se da en algunos sitios al que hoy, después de tres largos años dedicándome a ello con todas mis fuerzas, tiempo y tesón, considero mi trabajo, me parece sencillamente indignante. No voy a mencionar las fuentes, pero cualquiera puede darse una vuelta por google...
Mi primer libro, del que ni siquiera hablo normalmente, lo escribí hace ahora más o menos diez años; no se trata de uno de esos libros a los que denominan de vanidad, cuyo único fin es publicar un reducido número de ejemplares para regalar entre familiares y conocidos y tratar de ennoblecer el ego personal de su autor. Fue el primero de una lista que, a dia de hoy, cuenta con cuatro títulos y va en aumento, a la espera de cerrar o finalizar varios frentes en los que estoy trabajando. Pero si una cosa no fue ese libro es producto de la crisis. Y por eso me molestan sobremanera algunos escritos que circulan por ahí. Frases como "conviértase en un escritor independiente", "cómo convertirse en un escritor independiente", o "escribir es sólo un negocio" creo que hieren y ofenden el alma del auténtico escritor. Y es que, a veces, la falta de dinero o recursos hace que florezca el ingenio de una forma casi descarada.
Mi opinión, señores míos, es que escribir no es ningún negocio, y el que diga lo contrario -salvo muy pocas expcepciones- no sabe en realidad lo que está diciendo. Si pretendes hacerte millonario escribiendo en España, créeme, ve olvidando el tema y busca otra actividad más lucrativa y afin a esa idea. Y no es que no sea posible hacerlo, pero creo que es algo bastante improbable, y hablo tan sólo de mi propia experiencia.
Como escritor, mi sueño y mi meta desde hace varios años es vivir dignamente del producto de mi trabajo. Ni más ni menos. Y hasta ahora, creedme, aún no lo he logrado.
Eso no significa que no haya quien consigue equilibrar bastante acertadamente su balanza de gastos e ingresos y pueda, como vulgarmente se dice, ir tirando. Pero os aseguro que conozco a muy poca gente que lo esté haciendo, o que no se vean obligados a compaginar su tiempo de escritura con un trabajo "de verdad", si es que aún queda algo de eso en este país. Pero no; hoy por hoy, no te haces millonario gastando tinta y codos de camisa.
Por eso amigos, precisamente por eso, porque uno sabe el sacrificio, el esfuerzo y -muchas veces- las lágrimas que hay detrás de algo tan bonito como ser escritor, exijo desde aquí un respeto hacia nuestra profesión; hacia mi profesión.
Ser escritor no es sólo leerse un manual de estilo o asistir a un cursillo de redacción de dos semanas y ponerse delante del ordenador con el oficio aprendido; exige mucho más que eso.
Mi oficio exige lectura, mucha lectura.
Mi oficio exige mucha entrega, exige darlo todo, exige soñar, elaborar y saber transmitir las mejores historias; esas que son capaces de solucionar un problema, de hacerte permanecer pegado a la silla durante toda una noche o de hacerte dar un salto de tu sillón preferido porque estás a punto de llorar; o porque eres incapaz de reprimir una carcajada.
Mi oficio, como muchos escriben por ahí, no es un negocio. Mi oficio es pasión, son noches de insomnio madurando una idea, son horas ante el papel o la pantalla de un ordenador leyendo, escribiendo, mimando el texto, corrigiendo sin cesar, releyendo hasta la saciedad, perfeccionando hasta el agotamiento.
No te conviertes en escritor porque no tienes dinero, o porque hay crisis, o porque las cosas no te van bien y decides probar suerte. Naces escritor, y eso no se compra. Es tu pasión, es tu vida y, si por cualquier causa no logras situarte en un top ventas o ser un best seller, no abandonas, sino que continúas trabajando, aprendiendo y leyendo a otros compañeros para alcanzar su nivel y encontrar tu camino.
Mis seguidores no son clientes; mis seguidores son lectores, y no compran y leen mis libros para que yo me enriquezca, os lo puedo asegurar. Leen mis libros en busca de nuevas ideas, de nuevos mundos, de nuevas -o viejas- historias bien contadas que les aportan cosas que el dinero es incapaz de aportar.
Ése es mi público, y ese es mi oficio; y me siento orgulloso de él, aunque -de momento- no me dé para vivir dignamente con el esfuerzo de mi trabajo.
Creo que ya va siendo hora de que, los que nos llamamos escritores, empecemos a valorar y hacer respetar nuestro oficio.

viernes, 4 de octubre de 2013

Dangy... luz propia

Para variar un poco, hoy me gustaría compartir con vosotros una noticia que a mí, como padre, me llena de satisfacción y orgullo. Mi hijo acaba de lanzar su primer disco, Dangy, luz propia y, ni qué decir tiene, me siento orgulloso de ello.
David, como todos nosotros, tiene y mantiene sus propios sueños, y así lo viene demostrando desde hace muchos años. Siempre me ha llamado la atención el tesón que demuestra en su trabajo. Todos tenemos un comienzo, ya sea en literatura, música, pintura o cualquier expresión artística, y David acumula ya muchos años -a pesar de su juventud- de lucha en pos de su meta. Y supongo que todo ese esfuerzo muy pronto empezará a arrojar su fruto.
Ésta es la portada del disco, que me ha dejado totalmente embelesado. ¿Amor de padre? No lo sé, pero sí puedo afirmar que muy pronto oiréis hablar de él.




Como bien dice el título de tu disco, David, siempre has brillado con luz propia. Te quiero.

jueves, 3 de octubre de 2013

¿Documentar... en ficción?

Como sabéis, soy un gran enamorado de los procesos de documentación e investigación que preceden a la escritura de un libro, sea cual sea su género o su tema. Para mi constituye una de las fases más importantes, entretenidas y fascinantes; de hecho, no concibo la creación de una obra literaria sin haber dedicado una buena parte de tiempo y trabajo a investigar, contrastar datos y fuentes, etc. En pocas palabras, creo que sin ese interesante trabajo nuestra obra adolecería de consistencia y credibilidad nada más caer en manos de un lector con un mínimo de espíritu crítico. No obstante, mucha gente me ha hecho la misma pregunta en varias ocasiones: ¿es necesario documentarse para escribir una obra de ficción?
Para contestar a esta pregunta me remitiré y tomaré como ejemplo a la que considero, hasta ahora, mi opera prima, La Morada de los Ángeles. Quizá no logre transmitir del todo la idea que yo tengo sobre este tema, pues considero que no se puede resumir un tema tan vasto en una simple entrada en un blog pero, al menos, sí puedo dejar apuntadas algunas ideas al respecto.
Como sabéis los que la habéis leído, La Morada de los Ángeles es una obra de ficción que engloba en su contexto un determinado mensaje. Personajes ficticios, vidas ficticias y hechos ficticios. Sin embargo, tras cada una de las páginas de este libro se esconden literalmente cientos de horas dedicadas a la investigación. Mi idea, al escribirlo, era intentar acortar en lo posible la distancia existente entre el hecho cotidiano y las experiencias fuera de lo común que experimentan algunos de los personajes del libro; creo que logré mi objetivo bastante acertadamente, a juzgar por las críticas y las reseñas.
Pero no quería limitarme a inventar simplemente esas experiencias, a pesar de no ser hechos aceptados comúnmente por la ciencia; y para ello tuve que remitirme a episodios, vivencias y experiencias de personas anónimas que aseguran haberlos experimentado, y documentar todo eso. Puedo afirmar que, cuando menos, fue una experiencia tremendamente gratificante.
Recuerdo otro aspecto de la obra que me mantuvo en vilo durante casi dos semanas; no soy biólogo ni genetista, pero me vi obligado a imaginar lo que constituiría una "anomalía genética" que sufren determinados personajes del libro. Para ello tuve que ponerme bastante al día en determinadas materias que, en ocasiones, pensaba que me superaban por completo. Pero también lo logré. La trama así lo exigía y, con posterioridad y charlando con un biólogo amigo mío, me comentó que lo había conseguido con bastante buen acierto, a pesar de que lo que expongo en la obra sería técnicamente imposible; aunque, claro está, me dijo, "por eso se trata de una anomalía genética".
Otros procesos investigativos no fueron realmente tan complejos; tuve que empaparme bastante bien de cómo era o funcionaba por regla general la vida de personas dedicadas profesionalmente a tareas tan opuestas como la de un sacerdote, una inspectora del Cuerpo Nacional de Policía, un periodista o una bióloga especializada en botánica y medio ambiente. Y también tuve la oportunidad de aportar, por supuesto, mi pequeño grano de arena, al ofrecer una visión particular de cómo trabaja una especie de escritor-investigador-aventurero freelance, cosa que, por mucho que trates de dodumentar, siempre ofrece innumerables variantes en cuanto al modus operandi de cada cual; así que, ni corto ni perezoso, intenté reflejar mi particular modelo.
Pero, ¿qué logramos al incorporar en nuestra obra una buena dosis de documentación? Ante todo, pienso, estamos haciendo que nuestro relato, ficticio, acorte significativamente las distancias que indefectiblemente lo separan de la realidad, de lo cotidiano, de lo usual. Detalles absolutamente reales como la descripción y características de un arma de fuego, de un modelo policial o de cuanto pueda ser necesario para nuestra novela aportan un valor incalculable a nuestro relato.
Recuerdo que, cuando estaba confeccionando la obra, tuve que averiguar ciertos aspectos relacionados con las desapariciones de niños, que es uno de los ejes principales sobre los que gira la trama. Descubrí hechos absolutamente sobrecogedores; hechos reales, perfectamente documentados en algunos medios periodísticos y, de algún modo, me adentré un poco en los oscuros laberintos que conforman las prácticas habituales de determinados grupos que han hecho del tráfico de órganos un sucio negocio; y debo confesar que lo pasé francamente mal. También hubo áreas más agradecidas durante mi proceso de búsqueda; recuerdo con mucho cariño las largas y agradables horas que dediqué a mi búsqueda sobre algo, a priori, tan inconsistente como el resbaladizo mundo de los ángeles. Incluso estos datos, que conforman un área del conocimiento en la que cada cual es digno de creer o no creer, fueron documentados en base a documentos escritos e importantísimos libros considerados como sagrados.
Todos esos datos -y son tan sólo unos ejemplos de todo lo que tuve que buscar- salen reflejados después en el libro. Son verificables y contrastables, aunque a veces puedan difuminarse con la trama ficticia de la obra. A cada cual le toca discernir después hasta dónde llega esa estrecha división que separa la realidad de la ficción.
Aunque he tomado este ejemplo, por el cual siento especial predilección, os diré que también en Las Crónicas de Elan Croser tuve que documentar ciertos aspectos, a pesar de tratarse de una obra mucho más inmersa en la ficción que la primera; por ejemplo, me fue necesario empaparme de cómo son por regla general los castillos, qué partes los conforman y cómo se llaman dichas partes. También realicé algunas pesquisas sobre armamento antiguo y medieval y sobre algunos ritos mágicos empleados en algunas culturas... todo un galimatías.
En fin, espero que os pueda servir de ayuda esta breve disertación acerca de los procesos de investigación en la novela de ficción.

martes, 24 de septiembre de 2013

Stieg Larson; una pérdida irreparable...

Por lo que veo, ya casi nadie habla de él. Me refiero a Stieg Larsson, autor de la -para mí- genial trilogía Millenium que, tras su transición a la pantalla grande y la versión americana protagonizada por Daniel Craig parecieron ofuscar definitivamente las tres novelas del autor.
Debo reconocer que su paso por la literatura contemporánea me ha marcado profundamente; para mí representa todo un referente a tener en cuenta, sobre todo para los que nos dedicamos desde hace unos años a esto de escribir. Cuando leí su primera novela, Los hombres que no amaban a las mujeres, en seguida tuve claro que Larsson iba a convertirse en un modelo para muchos. No ya por el contenido o argumento de la misma novela que, por otra parte, encuentro genial, sino más bien por el compromiso del autor con determinados temas que, para mí, marcaron profundamente su forma de escribir.
Siempre he sido de la opinión de que un escritor, ante todo, debe ser sincero consigo mismo, con sus principios y sus creencias. Son los elementos que van a determinar todo cuanto haga en la vida, literariamente hablando. Por supuesto, entiendo que vivir en un mundo tan altamente competitivo como en el que nos encontramos sumidos no ayuda en absoluto, dado que continuamente tenemos que intentar equilibrar la balanza entre lo que nos apetece escribir, lo que consideramos políticamente correcto y lo que puede ser comercial.
Quizá por ese motivo me cuento entre los fans incondicionales de Larsson. Es una opinión particular y personal, pero creo que en muy pocas obras he encontrado un personaje tan bien hilado y desarrollado como la protagonista de la trilogía, Lisbeth Salander; claro que, en tres extensos volúmenes, había tiempo y lugar de sobras para hacerlo. Sin embargo, los personajes secundarios también son encantadores, cada uno en su línea... y se percibe en cada párrafo que también han sido desarrollados con una atención que raya con lo minimalista. En fin, que transcurrido el tiempo desde el boom de sus novelas y el estreno de las películas, ahora que ya parece haber quedado todo relegado a una "segunda línea de fuego", continúo enamorado del buen hacer de Larsson. Creo que la providencia -o lo que sea- nos ha privado de un autor que, quien sabe, creo que en la actualidad estaría marcando tendencias.
¿Qué quiero decir con todo esto? ¿Que cuando sea mayor quiero ser como él? No; no es esa la idea. Sin embargo, lo que sí trato de hacer cuando escribo es, simplemente, dejarme llevar, ser sincero conmigo mismo y, sobre todo, continuar siendo fiel a mis principios, creencias y convicciones.
Yo, como todos los escritores, me debo a mis lectores. De eso no me cabe duda. Sin embargo, creo que como alguien que trata de exponer o "documentar" unos hechos, aunque sea desde la mirada de la ficción, debo respetarme a mí mismo y no dejar que otros factores como los que he mencionado antes -lo correcto, lo comercial...- primen sobre lo que intento transmitir en mis libros.
Se trata, en definitiva, de ser fiel a uno mismo.

viernes, 26 de julio de 2013

Por Santiago

Hoy no voy a hablar de libros. Ni de literatura. Ni de escritores.
No me apetece hacerlo.
Hoy quiero sumarme al dolor y al sentimiento de pérdida que afecta a las familias de las víctimas del terrible accidente ferroviario de Santiago.
Según los últimos datos arrojados por los medios son ya 80 las personas fallecidas en el siniestro, mientras otras noventa y cuatro continúan repartidas por algunos hospitales con diversos pronósticos; treinta y tres de ellos en estado crítico.
Y contando...
¿Sabéis una cosa? Me emociona comprobar nuevamente cómo la gente, el pueblo de este país tan castigado últimamente por causas de índole muy diferente a las del accidente está sabiendo reaccionar.
Mejor o peor, aún quedan cosas buenas en las personas, me digo, mientras trato de hacerme una idea, horrorizado, del inmenso dolor que se esconde tras esas frías cifras.
Me chocan, no obstante, algunas cosas. Todos somos humanos, es cierto, pero veo que empiezan a hacer declaraciones al respecto algunas personas y entidades que, en otras circunstancias, no han tenido el menor miramiento a la hora de despojar a muchos de sus bienes, de sus casas, de su propia vida... los mismos que, sin ninguna clase de escrúpulos, han desahuciado a familias enteras acogiéndose al sempiterno poder del sucio dinero.
No sé... me resulta paradójico y más doloroso aún.
Pero ahora mismo el cuerpo no me pide más; no me apetece continuar hablando... ni siquiera escribiendo.
Hoy es un día triste. 
 


martes, 9 de julio de 2013

Volver...

Han transcurrido casi siete meses; siete meses desde la última entrada, allá por diciembre del año pasado. No está mal; desde entonces ha llovido mucho.
 
Durante este tiempo el que suscribe ha estado sumido literalmente "hasta las trancas" en una febril carrera contra reloj con un solo objetivo: finalizar la nueva novela que tenía entre manos y que, al fin, pudo ser remitida felizmente a su destinatario.
 
Por el momento, supongo, debe estar esperando su turno de lectura entre un número indeterminado de obras que concurren al mismo premio, del que por el momento prefiero no dar el nombre. ¿Recordáis aquella entrevista que me hizo la periodista Irene Angel, en la que este escritor ingenuo decía que no creía en los concursos literarios? Pues bien; como si el destino hubiese querido que me tragase mis propias palabras... he acabado aterrizando en uno de ellos. Cosas de la vida, supongo.
 
Entretanto este blog, tan descuidado durante los últimos meses, ha cumplido su primer año de vida y... ¡oh, sorpresa!, el registro de visitas se ha duplicado durante mi ausencia. Supongo que eso es bueno. Tiene que serlo.
 
Quiero agradecer especialmente a Carlos Molina, ese gran compañero de pluma que gracias a las redes sociales y las nuevas tecnologías pude conocer hace también cosa de un año, su tesón y voluntad al continuar, casi a diario, publicitando mi Morada de los Ángeles a través de Twitter. Muchísimas gracias, amigo mío; no creo que yo hubiese tenido tanta paciencia.
 
También quiero agradecer vuestro interés a todos los que os habéis ido asomando por esta página que, a juzgar por las visitas, ha sido bastante a menudo. Espero ir reencontrando poco a poco las viejas amistades y, ¿por qué no?, añadir a mi lista nuevos amigos y compañeros de las letras que, en este tiempo que nos ha tocado vivir por suerte o por desgracia, ayudan con sus relatos a hacer más llevadera la vida. Desde aquí mi reconocimiento hacia todos ellos.
 
En fin; después de tanto tiempo, este escritor anda algo perdido con esto de las redes sociales. Espero poder ponerme al día nuevamente, en tanto mi mente y mi propia alma pugnan por encontrar una nueva historia digna de contar. Un abrazo a todos y... ahí queda eso.