Decir que los personajes de una novela pueden llegar a tomar sus propias decisiones, al margen del guión seguido por el autor, puede sonar extraño. Sin embargo, en ocasiones sucede; al menos en mi caso.
Normalmente sigo una línea de trabajo estipulada de antemano; creo algo así como un guión que divido en capítulos, y éstos a su vez en actos, y a continuación me ciño a eso. A mí me funciona. Las sorpresas se presentan más tarde...
Ya me pasó con mi primera novela, La Hora Nona o el drama de Sant Jordi, en la que el bueno de su protagonista, Pau Argemí, me sorprendió por completo mientras redactaba un capítulo en especial. Sucedió con rapidez, mientras tecleaba uno de los diálogos; siguiendo mi costumbre, ya había logrado esbozar lo que pensaría, diría y haría finalmente dicho personaje. Sin embargo, en un determinado momento llegó la sorpresa... Pau Argemí se ponía en boca una frase que yo no había previsto en absoluto. ¿Resultado? Pues bien... un giro totalmente inesperado tanto en la trama como en la posterior manera de actuar del caprichoso periodista -pues Pau Argemí honra esa fascinante profesión-. Resulta un tanto complejo explicar esto y, desde luego, no censuro en absoluto a los que piensen que un servidor, en el mejor de los casos, está a punto de perder el poco juicio que aún conserva.
Más o menos lo mismo me pasó con el segundo de mis libros, La Morada de los Ángeles, que está ahora mismo en Madrid en manos de un Agente Literario esperando su veredicto -de paso, cruzo los dedos-. Pero en esta ocasión fueron ¡nada menos que tres! los personajes que parecieron empezar a desmadrarse por su propia cuenta y riesgo dando, como resultado, un giro para mí espectacular en el mismo corazón de la trama. Otro periodista, un sacerdote y una inspectora de policía tomaban, casi al unísono, la decisión de variar nuevamente la estructura de la novela.
No sé si esto me ha sucedido sólo a mí o si, por el contrario, forma parte de la experiencia de otros escritores. Lo cierto es que experimento de continuo el morbo por averiguarlo. En todo caso, y sea como fuere, estos cambios inesperados en mi propio "guión" siempre me han sorprendido gratamente.
Y uno se pregunta, a veces con sorna: ¿a qué se debe esto? ¿Es que los personajes no pueden ceñirse justamente a lo que se supone que deben hacer o decir? ¿O es que esto significa que adquieren, a medida que uno avanza en la confección de la historia, su propia vida? ¿Actúa mi subconsciente de alguna forma? Supongo que sí, como también supongo que el motivo que origina estos cambios repentinos y esporádicos en la forma y el buen hacer de nuestras propias creaciones literarias debe estar basado, sin lugar a dudas, en algún principio científico totalmente explicable y mesurable.
¿O no? Todo un galimatías.
Yo, por mi parte, prefiero agarrarme con todas mis fuerzas al lado romántico de la cuestión y seguir pensando que ellos, esos personajes ficticios que tantas horas de sueño y atención reciben por parte de su autor, acaban adquiriendo, como sucede en la vida misma, vida propia, iniciativa y personalidad. ¿O acaso no es ése, en definitiva, el camino que todos nosotros seguimos a lo largo de nuestras auténticas existencias?