Un
personaje es a una historia lo que una persona es al mundo real; me explicaré.
Durante el proceso de creación de los personajes que intervienen en mis novelas
siempre trato de tener muy presente cómo serían y se desenvolverían en el mundo
real. Es un tema muy amplio, y en una entrada de blog no hay espacio suficiente
para desarrollarlo con la amplitud que se merece. Sin embargo, siempre intento
seguir unas pautas que, supongo, no difieren demasiado de las utilizadas por
otros autores.
Distinción entre personajes primarios –o
protagonistas- y secundarios: el protagonista –o protagonistas- son
aquellos personajes en torno a los cuales se desarrollará la mayor parte de la
acción. Ocupan un lugar preeminente o privilegiado en nuestra historia.
Los
personajes secundarios, en cambio, pueden aparecer con mayor o menor intensidad
o frecuencia. Pero no nos engañemos; pueden llegar a ser en ocasiones tanto o
más necesarios que los personajes “estrella”. Tened en cuenta que llevarán a
cabo acciones que acabarán influyendo de alguna manera en el modo de proceder
de los principales. Que no sean el hilo conductor de nuestra historia no
significa que, como personas que son, no puedan llevar a cabo acciones
decisivas.
Para
hacerlos “especiales”, para que adquieran vida propia, tendremos que dotar a
los personajes de innumerables aspectos que, por otra parte, son aceptados o se
dan en la vida real casi sin darnos cuenta de ello. Pero no olvidemos que
nuestras historias se van a dar a conocer en un medio escrito y que, todo
aquello que deseemos destacar, tendremos que indicarlo explícitamente mediante
el texto. Así pues, no podemos presuponer que el lector dará por hecho tal o
cual característica que nosotros como autores podemos tener muy clara en
nuestra mente si no la señalamos en el texto.
Desde
la descripción física, las manías, el contexto social y laboral, el contexto
familiar, las virtudes, las debilidades del personaje, e incluso los
pensamientos y los secretos de éste… todo, absolutamente todo, deberá quedar
claramente reflejado en el texto a su debido tiempo. Aparentemente puede
parecer una labor titánica… y en realidad lo es. Pero hay métodos que pueden
ayudarnos a simplificar mucho estos inconvenientes.
En
mi caso, suelo abrir un documento para cada uno de los personajes; tanto
principales como secundarios. Un documento de Word, por ejemplo, a modo de
“ficha” o “plantilla”. En él reflejo todos estos aspectos, y lo tengo
permanentemente disponible –junto al guión, del que ya os he hablado en una
entrada anterior- a la hora de trabajar. Y también suelo utilizar fotografías,
que me ayudan muchísimo a la hora de hacer las descripciones; de ese modo, por
ejemplo, si uno de los personajes tiene una cicatriz en el rostro, siempre que
hablo de él la imagen me recordará de forma permanente dicha cicatriz, además
de los innumerables detalles que pueblan su rostro y su físico. Es un método
que me evita tener que fiarme al cien por cien de mi memoria. ¿De dónde obtener
esas fotos? De cualquier lugar, no importa la procedencia. Tened en cuenta que
lo que va a salir reflejado en vuestro libro no es una imagen de alguien en
concreto, sino una descripción escrita y, por lo tanto, no vamos a atentar
contra el derecho a la imagen de nadie.
También
tengo en cuenta el modo de hablar que tiene, las expresiones que emplea
normalmente, y si su forma de expresarse se corresponde con el rol que se
supone desempeña en nuestra historia. Por ejemplo, es posible pero no sería lo
corriente que si el protagonista de nuestra historia ha crecido en un ambiente
barriobajero se exprese como lo haría un académico de la lengua; es de sentido
común. ¿Captáis la idea?
A
todo esto se sumarían los numerosos detalles que configuran su identidad como,
por ejemplo, su idiosincrasia, su actitud hacia la vida, su temperamento, sus
conflictos, su relación con los demás… y todos aquellos aspectos que le
conferirán su propia personalidad.
No
sucederá lo mismo cuando nos dediquemos, por ejemplo, a la novela histórica. Tendremos
que tener en cuenta que los personajes históricos –por muy ficticia que sea
nuestra historia- no estarán sujetos a nuestra inventiva, sino que ésta tendrá que
ser suplida por un amplísimo trabajo de investigación y, probablemente, la
credibilidad de nuestro relato ganará o perderá atractivo en función de esa
labor de documentación.
Por el
momento, y como ya he dicho, éste no es un estudio exhaustivo ni un método
infalible de crear o dar tratamiento a los personajes. Resulta un tema muy
extenso que no se puede comprimir en unas pocas líneas. Tan sólo intento
aportar algunas ideas que a mí me funcionan…
Todas tus ideas y consejos son bien recibidos. A todos alguna vez se nos ha ocurrido escribir, pero la mayoría no sabemos ni por donde empezar...
ResponderEliminarBesos
Lupa
Hola Lupa. Sí, ese es el gran problema que se nos plantea en muchísimas ocasiones... ¿cómo empezar? Todo parte siempre de una idea; yo, en mi caso, intento madurar esas ideas hasta la saciedad y, cuando estoy convencido de que puede haber suficiente material como para empezar a escribir, intento estructurarlo todo lógica y ordenadamente, hasta proporcionarle cierta cohesión. Es una buena manera de comenzar...
ResponderEliminarUn abrazo, amiga.
Los personajes siempre son un mundo. Porque deben reflejar el momento que viven, resultar vibrantes y atractivos, así como diferentes en su interacción y comportamiento. Por la forma de la obra que trabajo, ha pasado más de una vez que algunos secundarios adquieren roles principales y viceversa. Al igual que contigo, plantilla de eventos y cronograma de sucesos con respecto al guión es parte esencial de lo que se ocupa para mantener el orden. Siempre estoy ansioso de recibir tus comentarios, gracias Jordi! Estamos en contacto.
ResponderEliminar¡Hola Carlos! Me alegra mucho tu comentario; en efecto, tienes razón. Los personajes secundarios pueden, en ocasiones, desviar poderosamente la atención hacia ellos y trasladar momentáneamente a un segundo plano a los principales, a los conductores de la historia. En cuanto a lo del orden, bueno... creo que debe ser parte obligada y apreciada en todo trabajo serio.
ResponderEliminarUn abrazo, Carlos. ¡Nos leemos!